Alberto Lindon

“Adora la vida que vives”, entona alegremente el renacido redoble mariachi al paso del convoy. “Vive la vida que adoras”, contestó el Elegido al cruzar la meta final.

¡Cómo se te quiere, querida! Única en tu especie, elegante en tu humildad, joven en tu veteranía e incluso sofocante al regalar momentos que nos dejan helados.

El rally entre los rallyes recibe con estilo al nuevo ciclo en su 91ª edición. Los ilustres asistentes saben que aquí golpear primero es golpear 2 veces…o incluso más.

País del sol naciente y, al mismo tiempo, ocaso de un curso llamado a despedirse con una marcha triunfal de los dictadores en casa, supuesta, mejor dicho.

Hablar de historias interminables es mentir, pero hacer alusión a un duro “adiós” que hace gala de grandiosidad no deja un gustillo tan amargo, ni mucho menos.

La grava está de despedida en la presente temporada, citándonos en la otra punta del mundo para encandilarnos con un cierre soberbio hasta decir “basta”.

En tierra divina se acomodan deidades mitológicas para disfrutar de un cuento renovado, narrativa en la que el lobo feroz ataca con inaudita inteligencia.

Tiempo de surcar unos recorridos alquitranados tachados por muchos como gratamente predecibles frente a la hostil grava. Siendo asfalto, ¿Qué podría salir mal?

En tierra sagrada todo es magnífico, desde el ansia por consolidar gloriosos gobiernos hasta el deseo ajeno de atentar contra ellos. Mejor escenario es mera utopía.

Juventud, divino tesoro. En una prueba que lo es como pocas toca tirar de lo más desbocado para aspirar a una victoria que solo atiende a pura velocidad.